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Pensar para transformar.

Por Cynthia Sánchez.



Dice Fernando Savater que pensamos cuando algo de pronto no funciona; mientras no haya algo externo que modifique la pasividad de nuestra vida, muy difícilmente nos cuestionamos.

Sin embargo, todos los días ocurren cosas que pueden movernos a reflexionar, a pensar, a criticarnos a nosotros mismos y a nuestro entorno, sólo hace falta estar atento, dispuesto a cuestionar desde cómo se dan las relaciones en nuestra casa o trabajo hasta el porqué de las desigualdades sociales que convulsionan al mundo día tras día ante una indiferencia pastosa y destructiva que pareciera natural, como si el ser humano no pudiera aspirar a ser un homo creator; es decir, no tuviera el potencial de romper con el sistema que lo oprime y crear un futuro más justo y fraterno.


Hacer filosofía debería ser una actividad humana cotidiana; tener un espacio para la meditación y la contemplación, porque es en un estado de introspección cuando podemos cuestionar y plantearnos un “qué hacer”. Sin embargo, las condiciones materiales y sociales no permiten al pueblo darse ese espacio de recogimiento, principalmente porque en la crítica está el germen de la rebeldía y con ello de la transformación; preocupados y ocupados por sobrevivir el día a día, se cae fácilmente en las opciones que el mismo sistema da para fugarse de la realidad: redes sociales, streaming, televisión, etc., cuyo contenido refuerza la idea de que "todo está bien" y de que "todos podemos", sólo falta esforzarse.


Así, se le transfiere a cada uno su responsabilidad por no alcanzar esa “felicidad” mercantilizada; y entonces, como refiere el filósofo coreano Byung Chul Han, "se vive con la angustia de no siempre hacer lo que se es capaz de hacer" y de que alguien lo note y nos apunte desaprobando nuestra poca disposición para ser parte del engranaje social. “Hoy una persona se explota así misma creyendo que se está realizando”, apunta el filósofo autor de La sociedad del cansancio.


Aprender a pensar es urgente, pues es necesario que en comunidad se creen y fomenten espacios de reflexión para repensarnos como individuos y como colectividad. Ante la aparente fatalidad del sistema capitalista que nos impulsa a la neblina, apostarle a la divulgación y vulgarización de la ciencia y el conocimiento.


Ya lo dijo José Martí en Nuestra América: “No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo (...) Trincheras de ideas, valen más que trincheras de piedra”.



 



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