Un síntoma de estos tiempos parece ser la indiferencia. Indiferencia ante la violencia, la barbarie, ante la pérdida de aquello que nos hace humanos: solidaridad, amor, respeto...
El mundo vive a un ritmo acelerado dictado por el sistema que produce, usa y desecha; obligados sin saberlo, somos engranaje y motor, producto y consumo. “Hoy el mundo sólo pertenece a los estúpidos, a los insensibles y a los agitados. El derecho a vivir y triunfar se conquista hoy con los mismos procedimientos con que se conquista el internamiento en un manicomio: la incapacidad de pensar, la amoralidad y la hiperexcitación”, escribió no sin razón Fernando Pessoa en el Libro del desasosiego.
Ante ello, cada vez se hace más evidente la necesidad de un cambio de raíz, una sacudida de consciencia antes de que ya no haya mundo habitable. Otro mundo es posible, se murmura en las redes que comienzan a tejerse entre personas que apuestan por la vida y la humanidad.
El cineasta Fernando Birri, al término de una charla con Eduardo Galeano en Cartagena de Indias, indicó: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos y ella se aleja dos pasos, si camino 20, se aleja 20; así que yo sé que jamás la voy a alcanzar. ¿Entonces para qué sirve la utopía?, Para eso, sirve para caminar”.
¿Cómo pasar de la intención, del puro deseo, a la acción? Caminando. Haciendo. El cambio está en el movimiento, en el hacer. Hay que apostarle al estudio, a la reflexión de las contradicciones actuales para entender cómo funciona el sistema y hacia dónde construir; pero también es necesario ir haciendo camino, sembrar la duda y animarnos a aplicar nuevas formas de relacionarnos en nuestro núcleo de interacción diaria— casa, trabajo, comunidad—, formas de intercambio de saberes o bienes donde prive la solidaridad y el diálogo, no la explotación ni el autoritarismo.
“Nuestra tarea es probar que puede haber una humanidad y un mundo habitable más allá del capital”, escribió Daniel Bensaïd, y abunda en que no podemos limitarnos a la crítica contemplativa del “todo está mal”, sino cuestionar para proponer y accionar.
Si rechazamos la idea de que la humanidad y el mundo son mercancías, debemos plantear qué sí son entonces, qué queremos que sean. Dice Bensaïd en su libro Cambiar al mundo que “La creciente socialización del saber y la incorporación masiva del trabajo intelectual a la producción exigen la metamorfosis del trabajo y una revolución radical de la dimensión social que permita evaluar de otra forma las riquezas, organizar de otro modo los intercambios, y determinar y satisfacer las necesidades de otra manera”.
La construcción de un mundo nuevo es urgente: apoyemos al pequeño productor, los mercados de artesanos, los centros artísticos alternativos, fomentemos la duda y el cuestionamiento, revisemos nuestro actuar con quienes convivimos día con día, que nuestro discurso sume al respeto y reconocimiento de otras formas de ser. Todo suma. A caminar al horizonte. Rebelarse también es estudiar y proponer.
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