Alicia en el país de la metafísica
Por David Gámez.
Prologo
Alicia se sentía un poco cansada mientras yacía recostada sobre las piernas de su hermana, durante los días pasados había estado interrogándose acerca de muchas cosas y sobre sí misma, pensaba si de alguna manera ella seguía siendo la misma cada día desde el día en que nació o sí, por el contrario, con el paso del tiempo había venido cambiando hasta ser quien es ahora. Eso apenas era una pequeña fruslería frente a las preguntas que comenzó a hacerse hoy por la mañana a primera hora del amanecer, sin duda se cuestionó sobre la pregunta de todas las preguntas: ¿por qué hay cosas en vez de que no haya nada? ¿por qué hay árboles y flores, y pájaros y ríos, montañas y nubes? ¿Por qué hay algo, en lugar de no haber nada? Tales preguntas le asaltaron hace ya unos meses mientras caminaba pacientemente sobre los prados de una colina que se encontraba cerca de los límites de su ciudad, no obstante, para ese entonces sus quehaceres cotidianos le arrebataron lo que el viento le destinaba a través del misterio de tales cuestiones, así que, Alicia las guardo en su corazón hasta volverlas pensamientos, pensamientos que regresaron desde esta mañana para volverse fundamentales y que, en esta ocasión no podían volver a pasar desapercibidos.
Mientras el aire susurraba sobre sus orejas y el cabello se le mecía lentamente con la ventisca del medio día, Alicia logró percibir un ruido que le hizo entreabrir los ojos para echar un breve vistazo a su alrededor, en su intuición el sonido se reflejaba como un ligero cascar de nueces o como alguna especie de triturador de semillas que se escuchaba muy a lo lejos pero que, de a poco se acercaba muy lenta y sutilmente, de momento en un abrir y cerrar de ojos tuvo frente a sí misma a un enorme conejo parado sobre sus dos patas enarbolando unos grandes dientes que centellearon con la intensa luz del sol meridiano. Menos de un segundo le bastó a Alicia para poder observar que del cuello del conejo pendía un collar que sostenía una placa con la palabra “SER”, algo que sin duda ya era muy extraño; primero porque alguien intencionalmente había colocado dicho collar ahí, sobre el cuello del conejo, y segundo porque no resultaba de lo más común observar dicha palabra pendiendo de un collar cualquiera en un conejo que salió de quien sabe dónde. Más tardó Alicia en repararse para mirar mejor al conejo cuando este salió velozmente impulsado por sus grandes zancadas alejándose en el horizonte sin ninguna dirección aparente, lucía tan apresurado que pareciese que lo único que le importaba era no perder el tiempo. Alicia experimentó un instante de incertidumbre para saber qué hacer, si seguir al conejo para ver si le pertenecía a alguien o permanecer recostada al lado de su hermana bajo el frondoso árbol al que se habían arrimado para contemplar el próximo devenir de la tarde.