En exceso de tristeza: una re-visión al concepto de Melancholia.
Por David Gámez.
“Allí el alma toma un baño de pereza,
aromatizado por el pesar y el deseo.
Es algo crepuscular, azulado y rosáceo;
un sueño de voluptuosidad durante un eclipse.”
Baudelaire
No cabe duda que todo ser humano en algún momento ha experimentado la tristeza, pues todos estamos propensos a la Melancholía o incluso en algunas ocasiones podríamos experimentar el rigor de la ek-sistencia a partir del signo moderno de la depresión. Hasta este punto estamos quizá todos de acuerdo en que mientras cualesquiera de estas vivencias se puedan concebir en palabras, todavía nos encontraremos en terrenos de lo discursivo, es decir, que aún y con todo podemos hacer encajar con nuestro lenguaje algo que quizá tendría la fuerza para rebasarnos más allá del deseo propio, personal o individual-social, al que comúnmente estamos habituados.
Sin embargo, a lo que menos estamos acostumbrados y, especialmente poco dispuestos siquiera a comprender, es a aquella dimensión humana en que la condición de la ek-sistencia se exagera, o se prolonga por así decirlo hacia horizontes en que nuestra mirada, menos habituada a lo invisible de lo visible, se incapacita; tómese por ejemplo que, podríamos tolerar que alguien se encuentre pensando o cavilando durante un tiempo sobre algún asunto en particular, pero no así, estaríamos dispuestos a recibir sin inmutarnos esa misma experiencia en exceso, bajo el estado de la angustia o de la desesperación; podríamos aceptar el hecho de que alguien experimente constantemente alguna falta de apetito, pero no su extremo radical, la anorexia nerviosa; lo mismo suele ocurrir con la tristeza, ese estado sombrío y gris que en algún momento nos sobrecoge en la vivencia cotidiana del mundo y que, hasta ese nivel de la experiencia humana, todavía el en-triste-cido suele ser encajado dentro del espectáculo visible del mundo, es tolerable, admitido y hasta vuelto una figura icónica de las vivencias del mundo, algo que ciertamente no llega a suceder con el estado del hombre atrabiliario, aquél ser de mal talante que se encuentra en constante propensión a ek-sistir bajo un excesivo sentimiento de tristeza.
Melan-cholia: la bilis negra.
El fenómeno de la melancolía ha mantenido a lo largo de la historia una especie de cifrado que imposibilita el esclarecimiento concreto de su naturaleza, específicamente porque al concepto mismo lo incuban al menos tres diferentes disciplinas: la literatura antigua, los pioneros trabajos de medicina hipocrática, y finalmente, los trabajos filosóficos de algunos pensadores como Aristófanes, Platón y Aristóteles. Así, en la medida en que va apareciendo el concepto de la Melancholia se van determinando las características propias que permitirán comprender al sujeto melancólico como aquél individuo excesivamente expuesto al furor de lo divino o, en todo caso, al furor de su propia carne según sea la ocasión.
Melancholia (μελας-χολης), es una palabra de procedencia griega que por una parte traduce “negro” y “sombrío”, y por otra, “Bilis” o “Cólera”, y que funciona como una indicación lingüística que apareció por primera vez en la literatura homérica, desde donde se hace uso de los términos del concepto por separado. Por una parte, se utiliza “μελας” (Melas) para describir algún tipo de elemento natural en orden a su apariencia, por ejemplo: lo oscuro del vino, lo negro del mar, lo sombrío del río. Sin embargo, también se hace uso de él a modo de alegoría para calificar ciertos estados o fenómenos que experimenta el ser humano: la sombría muerte, el oscurecimiento de la razón.
El segundo término “χολης” (Coles) es utilizado para identificar algunos temperamentos o actitudes propias de los hombres como la cólera, el resentimiento o algunos actos irracionales. Vivencias entonces de doble pliegue, oscuras y coléricas, sombrías e intemperantes, que justamente se asociarán más adelante al Corpus hippocraticum para conformar un solo término, μελας-χολης (Melancholia) y así vendrán a constituir un estado nosológico del ser del hombre. Tanto en la poesía homérica como en la de Esquilo, se aportarán estas primeras menciones por separado para reconocer paulatinamente algún aspecto específico del carácter del ser humano.
El Corpus Hippocraticum recupera así de un modo más definido los términos μελας-χολης para llamar a la Melancholia (bilis negra) como aquella condición en la que el ser humano es perturbado por ciertas secreciones que generan una mezcla anómala en la sangre y los humores, llevándolo a experimentar enfermedades de muy diversa expresión, pero con signos comunes que aun en la medicina hipocrática se confundían unas con otras.
Las principales experiencias que se describen del hombre que experimenta este superávit de los humores son: las manías, los delirios, la epilepsia, el desánimo excesivo, el furor, las ulceras y hasta la locura entendida como una suspensión de la razón. Con el Corpus Hippocraticum asistimos por primera vez a un paso de lo ordinario a lo extra-ordinario, o de lo estable a lo inestable, por el hecho de que a partir de este análisis somático de los humores se inicia la identificación de la Melancholia con una especie de enfermedad que posee una etiología, hasta ese momento, meramente corporal.
La Melancholia como problema filosófico.
Cuando el pensamiento filosófico asume la tarea de reflexionar sobre la Melancholia se topa con la idea aun en ciernes que se tiene de ella, de modo que agrega una perspectiva ontológica, moral y psicológica acerca de este fenómeno humano. Dicen los escritos desde Aristófanes hasta Platón que la Melancholia se presenta siempre bajo una forma de insensatez y falta de juicio, de desvarío o hasta delirio. Los escritos platónicos incluso realizan una distinción entre las causas de este episódico eclipse de la razón, señalando el aspecto de la Melancholia como manía, en dos posibles modalidades: la manía divina y la manía patológica.
Esta distinción entre un furor y otro, permitirá reconocer que en algunos casos la Melancholia será provocada por intermitencias de lo divino, a modo de un vislumbramiento eventual como el de las pitonisas o sibilas, o incluso el de la inspiración poética de las musas, en tanto que la manía como enfermedad quedará destinada al padecimiento de los humores tal y como el Corpus Hippocraticum lo estudiaría. Sin embargo, el texto filosófico más relevante del que se tiene noticia es uno que es atribuido a Aristóteles, pero que del cual todavía se discute su autoría, este texto lleva por nombre “Problemata” y es en el que justamente aparece el famoso “Problema XXX” donde se da tratamiento a la Melancholia de manera muy puntual.
En este texto se aborda la cuestión sobre el ¿cómo? Y ¿por qué? Existen individuos melancólicos. Especialmente se investiga en el texto pseudoaristotélico acerca de esa relación existente entre Melancholia y el modo de ser atrabiliario, o entre esa propensión al abatimiento interior y lo excesivo del humor manifiesto en una tristeza permanente. La importancia de la cuestión melancólica, hasta el punto en que la abordan los “Problemata”, radica en que busca explicar el padecimiento de la Melancholia como un problema que pertenece al contubernio existente entre el cuerpo y el alma, de tal manera que la visión etiológica propuesta en el Corpus Hippocraticum adquiere nuevas notas en relación a entender la melancholia desde dos perspectivas diferentes:
A) La primera consistiría en una Melancholia transitoria, que tiene como causa una cierta discrasia o “desajuste” en la mezcla de ciertos humores, favoreciendo la desestabilización de la condición “normal” del individuo que la padece, lo que provoca ciertos estados de abatimiento y otras muchas manifestaciones comportamentales que acusan la presencia de un exceso de bilis negra (μελας-χολης).
B) Desde otra perspectiva, se distingue otro tipo de melancholia, a la cual se le puede entender como permanente. Es decir, que constituye a ciertos individuos que no solo de manera episódica llegan a padecer esta discrasia en la producción humoral de su organismo, sino que su estado “natural” es éste, lo que conlleva a desarrollar un estado “nomal” de “anormalidad”, y con esto, más bien un tipo de eucrasia (buena mezcla) de los humores, o lo que ciertas traducciones del texto recuperan como “excepcionalidad” o “fuera de lo establecido”, de tal manera que esta mezcla que prima facie pudiera entenderse como discrasia o “desajuste”, es más bien una eucrasia en tanto que representa una mezcla normal de “anormalidad”.
El objetivo final del texto después de todo se dirige a responder ¿Por qué los individuos melancólicos dirigen sus acciones hacia obras “excepcionales” y, en cierto momento, por fuera del orden común de las cosas? Ahí es donde entra la Melancholia como carácter, para dar cuenta de que si bien esta mezcla es “anormal”, resulta ser la única que hace posible que el hombre atrabiliario desarrolle ciertas dotes creativas derivadas de sus abatimientos interiores, en relación con el Kairós (tiempo), entendido como circunstancia, una suerte de interacción que vincula al hombre a su tiempo para hacer posible la ocasión: el pathos melancólico.
La vanidad de la Melancholia.
Expuesto entonces al furor de su propia carne, el melancólico es entendido así como un individuo propenso a lo inestable de su condición, que para este caso resulta ser lo más “normal” de lo “anormal”, o desde el punto de vista de los “Problemata” sería algo cercano a lo “excepcional”, de ahí que los diversos tratamientos medievales, tardomedievales y modernos que se dieron al tema de la Melancholia, fueron agregando nuevos términos a la vivencia en cuanto tal de este exceso de tristeza, tales como el tedium operandi entendido como abatimiento espiritual que afecta directamente el ánimo para el obrar, o como también la Acedia estudiada como tristitia aggravans o tristeza que apesadumbra, “La astilla en la carne” que lleva al estado de angustia, “El goce maldito” que hace de su objeto una falta, o el “modus deficiens” por el que la Akrasia o la intemperancia enloquece a la razón. Tantos términos y tantos conceptos que pareciera que no hay suficientes para poder encajar de una vez el acontecimiento melancólico, como si la vivencia en cuanto tal de este estado atrabiliario arrebatara la posibilidad de descifrarlo bajo una sola contraseña. ¿Qué es? Entonces la Melancholia que, en tanto que fenómeno, así como da, quita.
Talvez como lo indica Jean Luc Marión, a partir de su fenomenología, la pregunta por la Melancholia debería tomar una nueva dirección, pues generalmente elaboramos nuestras preguntas de manera clásica, primando el ¿qué? Y el ¿Por qué? De las cosas, bajo esa idea esencialista del conocimiento por el cual queremos acceder soberanamente a los hechos desde una predilección por la presencia de lo que vemos, pero olvidamos por completo que, para comprender mejor lo que acontece siempre hace falta mostrar todo aquello que no vemos, y que a final de cuentas termina condicionando nuestra mirada en la recepción y la explicación de las cosas. Si atendemos a esta indicación fenomenológica quizá podríamos evitar el ¿qué? Para atender el ¿cómo? Llevando así nuestra búsqueda de sentido a la vivencia misma de la Melancholia y a partir del excepcional estado melancólico en sí mismo, así por ejemplo, Marion toma como pre-texto la obra “Melancholia I” de Durero, desde el cual nos invita a pensar la Melancholia como un estado de fuga de la fuga, por la cual el ángel allí apareciente envía su mirada por fuera del cuadro, como fugándose, aunque no haya más que ese cuadro y ese límite, de tal manera que, cargado de vanidad en la mirada que ya no es colmada por nada del mundo, esa angélica visión atraviesa el ser de las cosas, las cuales para esa instante se han consumado como lo que son, ni siendo nada, ni teniendo ser, sino simplemente abandonadas como espectáculo, el mundo como todo y nada sin ninguna diferencia, ya no más angustia ni pesadez, sino simplemente tedio, un arranque de in-diferencia frente al todo que es nada y la nada que lo abarca todo, Melancholia pues que no se fuga del mundo ya que al quedar este suspendido no hay más mundo ni más nada, todo y nada sin diferencia, producto de una mirada in-diferente y fugitiva que ya solamente puede dejarse afectar de vanidad
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Pero ¿Cómo es que uno llega a ponerse triste o melancólico? Esa es la verdadera cuestión y, en esa interrogante la posibilidad de reconocer en la tristeza algo más que una pérdida o una falta, ya ni siquiera un duelo, puesto que no se ha perdido nada si en el orden de la in-diferencia el mundo en cuanto ser es nada, sin alternancia, puesto que ya no hay nada y mundo por separados, sino que el mundo en cuanto que es, “nadea”, es decir se vuelve caduco, monótono, pues suspendido por la in-diferencia del acontecimiento melancólico entonces adviene como evanescente, sin que pierda su ser aniquilándose, ya que este no es el cometido de la tristeza que apesadumbra, más bien de esta manera el mundo se consuma, puesto que al suspenderlo se le hace flotar, se aligera su carga para así desvanecerlo y hacerlo subir a la superficie mientras este se resiste a permanecer, y en esa pretensión de permanencia entonces se revela su condición esencialmente efímera. De ahí que la Melancholia en cuanto fenómeno deja intacto al mundo para desembarazarse del ser y la nada, pues en la in-diferencia como tedio, tristeza o abatimiento no hay más que una visión “excepcional”, una vivencia imposible de lo cotidiano por la cual el ser humano se encamina a producir otras realidades y otro devenir, no hay perdida ni ganancia, sino simplemente nada de ser.
La tristeza, al menos la de nuestra época, es negativamente creadora de otras posibilidades y no, positivamente deficitaria como nos la han querido vender, y sobre todo como la hemos sabido comprar en el orden del consumo. El individuo melancólico no se entristece asimismo consigo mismo a manera de una subjetividad cerrada dentro de sus propios límites y en conflicto con su propia autobiografía, sino en relación con el mundo donde comparece con las cosas y con los otros, es en la frontera de estas posibilidades del mundo donde la Melancholia acontece para afectar de in-diferencia la condición humana y su posibilidad, no hay que perder de vista este correlato existencial del ser humano que es su mundo, pues únicamente desde esta unidad hombre-mundo es como puede comprenderse el estado de in-diferencia que acaece en la Melancholia, ese devenir-imposible que se encarna para negar el mundo suspendiéndolo en la afirmación de otros vectores de realidad, y aun así, sin embargo, no hay otra forma de re-crear el mundo en tanto que realidad más que desde la irrealidad de nuestras posibilidades, es decir, más allá de las posibilidades abiertas por las que una mirada afectada de vanidad ya no es colmada por nada del mundo, no hay otra forma pues de ser más real más que siendo imposible, abriendo así más mundo y produciendo otros deseos desde el umbral de otras realidades. Esto es precisamente lo que la Melancholia pone en escena, un drama particularmente humano que lo devuelve a su propia condición creadora de sentido, exceptuándolo del mundo mediante la in-diferencia y afectándolo de vanidad en su mirada y en su corazón como su centro, ya que únicamente bajo esta suspensión es como todo puede devenir-nada, y así, de esta manera bajo el sol nunca hay nada nuevo, pues nada se pierde y nada se gana, solo vanidad de vanidades.
"Quienquiera que tú seas: al atardecer sal
de tu cuarto, en el cual lo sabes todo;
ante la lejanía está tu casa
como el final: quienquiera que tú seas."
- Rilke
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