Una canción de Navidad: reflexiones en torno a Dickens.
- David Gámez
- 22 dic 2018
- 11 Min. de lectura
Actualizado: 9 feb 2021
Preludio.
Seguramente muchos de nosotros, queridos y amables lectores de Philosophica, conocemos la obra de Charles Dickens intitulada “A Christmas Carol” a través de sus diferentes adaptaciones a varios formatos bajo el nombre de “Cuento de navidad”, “Una navidad con Mickey”, “Una navidad con los muppets”, “Barbie en un cuento de navidad”, “Los fantasmas de Scrooge” etc., obra perenne que se ha convertido en un ícono de la literatura navideña y que ha sido transformada a diversas modalidades para los variados públicos a los que se les ha dispuesto; desde películas, audiolibros, obras de teatro, cortometrajes y un sinfín de producciones basadas en esta extraordinaria novela escrita por Dickens en la que se elabora una exhortación hacia la bondad, la caridad y la fraternidad humanas.

El relato es muy sustancioso y a la vez posee una estructura sumamente esquemática. A modo de villancico navideño o canción de navidad, el texto de Dickens se encuentra compuesto por cinco estrofas en que se describen los hechos que le acontecieron a Ebenezer Scrooge, el personaje principal, que es sometido a una transformación espiritual por medio de la visita del fantasma de su amigo y socio Jacob Marley, y de tres espíritus diferentes que se encargan de mostrar al frío y calculador Scrooge todos los aspectos de sentido que él mismo se ha dispuesto a evadir y silenciar en torno a la navidad. Si bien la obra de Dickens no tiene pretensiones filosóficas para hacer valer el sentido del espíritu navideño, valdría la pena tomarla de pretexto para hacer filosofía de la temporada a partir de los rasgos característicos que la obra por sí misma apunta como indicadores, mismos que nos darán qué pensar acerca de las festividades que se avecinan.
Primera Estrofa.
El cuento de la navidad.
Cierto es que todos sabemos que la navidad se ha convertido en una época caracterizada por la vanidad y el derroche en contraposición con su sentido cristiano originario que promueve los valores de la caridad y la fraternidad, de un momento a otro el espíritu navideño se ha transformado en un espíritu de despilfarro y ostentación, de tal manera que aun cuando somos conscientes de esta considerable mutación quedamos sometidos al encanto de todo el frívolo dispositivo que representa la arquitectura de lo navideño, el espíritu de paz que la constituye se ve suplantado por un espíritu de la seducción, de tal manera que no es el contenido de la misma lo que nos anima a ponernos “navideños” sino el continente de todo aquello que debería de representar, de ahí la superficialidad del acontecimiento y la parafernalia de la festividad; en la superficie se encuentran los destellos de las luces del pino, la ostentosidad de los regalos, la hipocresía de las familias, la fastuosidad de los alimentos, la ambigüedad de las charlas de sobremesa, los estridentes gritos y festejos con cohetes y bengalas, y el decadente sentimiento de vacuidad en el fondo de todo lo que se pretende con ello.

No obstante, muy a pesar de que intuimos que todo esto no se trata más que de un cuento bien narrado y encantador que nos seduce y nos deja seducir, debe haber algo más allá de la superficie navideña en que el sentido religioso mismo nos ha de aportar algunos hilos conductores para encontrar el sentido último que encierra un acontecimiento global como lo es la navidad. Primeramente, deberemos ser capaces de atravesar dos percepciones bien arraigadas acerca del fenómeno navideño con el fin de colocarnos en una nueva posición que permita reconocer cuál es el horizonte último que anima al espíritu humano en cuanto tal a dotar de sentido a una época como esta. De esta intención se pueden derivar las siguientes pretensiones:
1. Podríamos atrevernos a realizar una crítica acerca de la navidad en la línea de una desmitificación del contenido de la festividad y del trasfondo religioso que se oculta en el corazón de esta celebración, con el fin de racionalizar el cometido principal que la constituye y que la hace funcionar como un mecanismo en torno a sus diferentes manifestaciones, sin embargo, procediendo de esta manera corremos el riesgo de desgajar el acontecimiento hasta quedarnos sin nada para dar cuenta, más que con una explicación de razón en la que “nada” de todo ello resulta suficiente y necesario, sino que en sí misma, la navidad termina siendo un artificio vano y vulgar perteneciente a una tradición de masas.
2. O bien, podríamos atender a una explicación religiosa en la que el sentido ya se encuentra prescrito y solo nos restara esclarecerlo con el fin de re-encontrar un sentido que ya estaba allí y que solo era necesario desocultar, teniendo como única finalidad la de hacer notar y recordar que la celebración de la navidad se encuentra adherida a un sentido religioso de carácter universal y necesario. Hacerlo de esta manera pudiera llevarnos a considerar que la explicación religiosa puede sustituir a una reflexión filosófica en la que se exige un cometido de mayor envergadura, como lo es ir allende del mito, sin abandonarlo, para obtener nuevas consecuencias prácticas y de sentido.
De esta forma habría que encontrar una nueva ruta para elaborar una reflexión sobre la navidad, con el fin de no caer en los excesos de la razón hasta el punto de quedarnos sin nada para decir, pero tampoco eludir el rigor filosófico que se necesita para decir algo que el mito ha dejado para hacer pensar a la razón. Proponemos por esto partir del fenómeno pre-comprendido acerca de ella para aproximarnos por vía de la literatura y otros recursos, como la interpretación de la función simbólica del mito, para encontrar un plus de sentido en un acontecimiento como lo es la navidad, en adelante nos proponemos a trazar un esbozo de esta aproximación.
Segunda Estrofa.
Perspectiva y carácter: El fantasma de Marley.

Hay algo que el fantasma de Jacob Marley le deja muy en claro a Scrooge en su visita previa a la nochebuena, una especie de enseñanza moral que habla del “no darse cuenta” estando en vida de las cosas importantes y fundamentales para todo ser humano durante su existencia, en la narrativa de Dickens se enfatiza el hecho de que en la muerte, el fantasma de Marley está condenado a arrastrar pesadas cadenas que lo castigan a vagar por siempre en estado de perpetua agonía, a medida de que en vida él mismo se encargó de forjar cada eslabón y cada tarea que ahora lo esclaviza al vagabundeo espiritual en busca de una anhelada redención. Ciertamente, en el constante trajinar de la cotidianidad de nuestras tareas y ocupaciones nos vemos conducidos a perder de vista la autenticidad de nuestras acciones y lo originario de nuestra persona en relación con los otros, esto explica por qué los momentos más angustiantes de nuestra existencia tienen que ver con una perdida de sentido de lo que hacemos, y además con una constante interrogante del ¿para qué? seguirlo haciendo de tal o cual manera. Preguntas, decisiones y resoluciones que articulan el constante estado de incertidumbre por el que tenemos (que) ser para llegar a ser.

La exhortación de Marley a Scrooge promueve a recordarnos que nuestra situación existencial siempre tiene como condición esencial un estado de perspectiva, ya que siempre estamos puestos desde un lugar determinado para mirar las cosas a través de un punto de vista, nuestro estado de perspectiva no solo incluye nuestro modo de mirar las cosas y el mundo bajo un punto de vista formal, como el que damos cuando nos piden nuestra opinión, sino que se trata de un punto de vista más integral, más encarnado, por así decirlo, se trata de un estar situado para mirar el mundo desde nuestro propio campo de visión a la luz de todos nuestros valores, conceptos, ideas, sentimientos, experiencias y trayectorias prácticas, de ahí que el olvido de esta perspectiva pueda conducirnos a error cuando pretendemos que nuestra visión sea completa y omniabarcante, aplicable a todos los demás y de manera universal, en la medida en que ella desea serlo por sus propias intenciones de infinitud que aclararemos más adelante.
Se trata pues de la situación espacial de nuestra existencia, no solo en el sentido de un lugar determinado para mirar el mundo sino de una posición de vida, de una postura frente al mundo. Situación que no termina ahí, sino que se hunde en el trasfondo último del carácter de lo humano, por el que cada persona en virtud de su posición es capaz de forjar su propio carácter, aunque a este no se le debe entender y reducir a la expresión de ciertos rasgos temperamentales de un individuo en orden a su psicología, sino que aun más radicalmente en orden a su estar situado ya desde un origen para ver el mundo de tal o cual manera. En este sentido el carácter debe ser comprendido como un estar abierto al mundo desde un punto cero en que la percepción de las cosas se puede recibir desde un horizonte que llamamos mundo, el mismo por el que podemos ser capaz de recibir el devenir de las cosas a partir de cierto origen o punto cero, que a su vez es continuidad originaria de un mundo que ya viene dado en expresiones de diversa índole, un mundo que heredamos, encarnamos y vivimos. Es esta dialéctica finita-infinita que hace del hombre un ser falible, en la medida en que su perspectiva finita se orienta hacia un horizonte infinito que le destina su carácter, el carácter de lo humano, el carácter de su estar-siendo humano con posibilidad de equivocarse en tanto que desproporción consigo mismo, tal y como nos lo recuerda el personaje de Ebenezer Scrooge a lo largo del relato que ahora revisamos.
Tercera Estrofa.
La dicha: los espíritus de la navidad pasada-presente-futura.

El juego de los tiempos cometidos por los tres espíritus que visitan a Scrooge nos remonta a la tarea de tener que unir el espacio que representa la perspectiva y el carácter con el tiempo y la temporeidad propia de lo humano, recordemos que la misma noche en que Marley le anuncia la visita de los tres espíritus a Scrooge, el tiempo como medida se disloca y los relojes se adelantan, se atrasan, pierden su ritmo, o más bien se destituyen como autoridad cronométrica en virtud de hacer experimentar a Scrooge un tiempo más vivencial, como cuando uno se queda dormido y ha sentido que ha pasado largo tiempo y en el reloj (que mide el tiempo abstracto) solo ha transcurrido una hora. El tiempo como vivencia guarda una diferencia radical frente al tiempo como medida; el tiempo como vivencia se encuentra lleno de contenido, mientras que el tiempo como medida solo se constituye de magnitudes e intervalos donde se miden eventos de los sistemas físicos del mundo.

El espíritu de la navidad pasada le muestra a Scroooge su infancia, adolescencia y juventud recordándole que su persona se encuentra integrada por la memoria de sus vivencias más importantes y ahora difusas de su historia personal, le hace notar que su pasado se encuentra constituyendo su tiempo presente y le muestra sus mutaciones. El espíritu de la navidad presente no solo le hacer ver las consecuencias de sus acciones en relación con sus personas más allegadas, sino que le presenta el modo en que los demás le conciben a partir de sus actos faltos de espíritu y de humanidad. Tal cual como una consciencia reflexiva en la que Scrooge es obligado a encajar su propia condición existencial es llevado al punto de tener que atender el hecho radical de su muerte en la última visita que le hace el espíritu de la navidad futura, nada más y nada menos que una experiencia tempórea de su propio ser, una vivencia radical de la finitud de su existencia que le destina un mensaje orientador.
Es aquí donde la perspectiva finita y el carácter de lo humano se dirigen hacia la vivencia más totalizadora de la existencia personal: la experiencia de la dicha. Comencemos primeramente por distinguir la palabra “dicha” que aparece en nuestras tarjetas navideñas, de la idea de “dicha” que usamos en este escrito. Comúnmente se entiende por dicha algo que el hombre llega a experimentar en situaciones de mucha alegría o felicidad, como si la dicha se tratara de un destino o una experiencia añadida a lo humano en aquellas raras ocasiones en que se ha conseguido el éxito, la paz o la tranquilidad. No obstante, la dicha no es nada semejante a todas estas experiencias psicológicas de realización personal, sino que más bien pertenece a un orden ontológico en el que el ser de lo humano se experimenta colmado de dirección y plenitud.

Expliquemos detalladamente lo siguiente: de primer momento el ser humano siempre se encuentra en situación, en un estar situado en perspectiva (Circunstancia) para recibir el mundo desde el carácter de lo humano que a su vez es su carácter personal como campo de visión para hacer frente al devenir de las cosas, esto no es otra cosa más que la condición del hombre frente a su mundo. Pero este estar de frente al mundo en estado de ocupación y solicitado por los otros, manifiesta la condición proyectiva del carácter de lo humano, es decir, que el ser humano siempre es un proyecto en tanto que deviene para el mundo y con los otros, y en la medida en que es memoria y temporeidad asume su punto de partida como origen, pero a la vez como un origen paradójico puesto que en el origen se registra el término, el Alfa y el Omega, es decir su principio y su finalidad como horizonte de lo humano, de tal manera que finalmente se puede decir que la perspectiva y el carácter no se eligen sino que están dados como condición propia de lo humano e inscritos en un devenir que hacen del hombre un estar-siendo continuamente según sus propias posibilidades. La dicha más que una experiencia psicológica se trata de un atisbo de orientación en la que se unifican los tiempos pasado-presente-futuro del ser del hombre como una experiencia unitaria (tiempo vivencial) y sin separación, el momento en que el espacio como circunstancia y el tiempo como trayectoria se con-suman para dar cuenta del estar orientado hacia un fin en el que el sentido se desborda o se satura para no poder ser visto o conceptualizado por la razón teórica al modo de un principio, termino o fundamento, sino simplemente para ser experimentado como fin, como un fin en sí mismo que es cada persona, como una dicha que destina el sentido de estar-en y con los otros en tanto que ser humano, experiencia sublime y avasallante, pero aun más, vivencia del fin personal como origen del sentido: plenitud.
Cuarta Estrofa.
Scrooge y el ergón humano.
La dicha es pues la condición orientadora por la cual el hombre ordena sus acciones hacia un fin apropiador, un fin proyectado por el carácter de lo humano y la perspectiva finita (situación-circunstancia) por la cual se recibe el mundo para ser experimentado como un horizonte de totalidad en el que deviene la obra (ergón) del hombre: el ergón humano que permite componer los actos personales desde un sentido integrador, de tal manera que las acciones, las decisiones, los compromisos y las posibilidades abiertas del proyecto que es cada persona no se perciben fragmentadas o parciales, sino unificadas y tendiendo a un cierto fin, orgánicas y organizadas en orden a una búsqueda totalizante del sentido y de la finalidad.

Es aquí donde el personaje de Scrooge alcanza claridad, habiendo reflexionado sobre su propia forma de ver las cosas del mundo (perspectiva) es capaz de comprehender en sí mismo el carácter de lo humano no solo en sus obras personales y de manera particular, sino en las obras humanas colectivas por las cuales el sentido llega a ser colmado, de tal manera que desde esta visión totalizadora (¿sapiencial?) que desborda su finitud logra orientar sus acciones hacia un fin con finalidad humana, la búsqueda por la cual el sentido está siempre presente destinándose desde lo infinito, origen y fin; nacimiento y redención.
El ergón humano apela pues a la libertad, y expone por esto la condición esencial de todo ser humano, ser libre para su propio proyecto desde un horizonte de mundo en el que se está y se con-vive con los otros, intentando encontrar en las varias decisiones tomadas la posibilidad de saberse orientado hacia un fin suficiente y originario, experimentando la dicha de colmarse de finalidad y sentido cuando todo vuelve a un punto cero, cuando la visión se desborda en el horizonte de lo infinito de nuestra propia finitud (cuerpo-perspectiva-circunstancia).
Es así como “Una canción de navidad” de Dickens nos permite poner en juego algunas reflexiones sobre el modo en que percibimos la época navideña, por supuesto que hay mucho ruido en la superficie para poder escuchar la palabra del mito que está en el origen, pero lejos de deshacernos del sentido completo que el acontecimiento sugiere, es un deber para la filosofía atender a toda palabra en la medida que pertenece de suyo al logos humano, de tal manera que siempre es necesario con-versar con los diferentes lenguajes que permiten al hombre esclarecer su devenir y su sentido.
Quinta estrofa.
Tarjeta navideña
De esta manera, amigos y seguidores de nuestra obra Philosophica, queremos desearles desde lo más sensato de nuestras palabras, que la Dicha, el Sentido y la Paz habite considerablemente en su persona y en sus más cercanos, de tal manera que ahora y para siempre el proyecto de cada cual se con-sume a la tarea de la obra humana que tenemos en común, al devenir de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser, en cada intento y en cada posibilidad. Por todo ello y por lo de más:
¡Feliz Navidad y un buen año 2019!
De parte de todos sus amigos de Philosophica.
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