Elogio del futbol en tiempos de la vacuidad.
- Por David Gámez.
- 17 jun 2018
- 7 Min. de lectura
No cabe duda de que el futbol es un fenómeno de masas, sin embargo, aunque pareciera contradictorio, la subjetividad de cada aficionado no desaparece del todo, sino que se reafirma. Como individuo se funde en la masa, pero solo para ser más individuo que lo individual, superlativo: la masa hecha individuo, y por esto, indivisa: paradoja de la posmodernidad. El sujeto moderno (libre y autónomo) llevado a su máximo exponencial; pasión, fraternidad y democracia, el futbol como iluminista del sentido en una era de la vacuidad.

Aunque trillado, el discurso de apertura de la Copa mundial 2018 disertado por Putin resulta más "sensato" y "esperanzador" frente a la actitud nefasta y frívola de su homónimo Donald Trump; mientras este último hace uso de la estrategia del desafío, en la que la comunicación ya no se realiza, sino que se anula por el carácter de una respuesta urgente, el primero apuesta por un lugar más común para atender al mundo desde el deporte y desde la comunicación de las emociones. De esta manera, si Estados Unidos de América hace tratos y contratos con el mundo en tanto que su superior y regente, Rusia lanza la idea de tratar al mundo desde la semejanza y la convivencia, obviamente, aunque esto no sea más que un mero simulacro funciona a la perfección en el orden de las apariencias, se salva al individuo rescatando el orden del mundo y no, poniéndole desafíos.

No podemos ser ingenuos para pensar que el futbol no es atravesado por la política, el mercado y los mass-media, muy por el contrario, el fenómeno del futbol tiene su verdadera realidad en tanto que cosa pública y producto del mercado, por esto es por lo que la masa-individual se realiza en cuanto que cuerpo, cuerpo social, cuerpo patético, que siente, vibra y consume cada gol y cada jugada, que hace suyo cada obstáculo y cada calificación; la masa se realiza como individuo y se individualiza en tanto que masa. El futbol nos modula es cierto, pero también nos reporta vínculo y sentido desde las ultimas posibilidades de la razón moderna.
La olímpica y el circo romano.
El futbol no es la excepción de una historia del entretenimiento humano, sino que pertenece a una serie de fenómenos diversificados y epocales en las que el ser del hombre se destina al juego, al juego que nace propiamente de la singularidad del animal humano, el único que a partir del ocio se vincula a la nada, y de la nada a la creación en donde encuentra su más lúdica respuesta. El hombre esquiva el vacío a partir de la determinación de formas artísticas para pasar el rato, o también para pasar el susto, el susto del vacío, de la nada y de la indeterminación, llamémosle por esto, con más propiedad angustia.
Frente a este Horror vacui el hombre ha tenido que articular desde tiempos inmemoriales una forma de sobreponerse a esta experiencia del tedio y del aburrimiento, del miedo y de lo angustiante que representa perder el control de la fundamentación del mundo cuando este se presenta desde el trasfondo de un abismo, por esto es por lo que vemos constantemente en el devenir histórico del hombre un sinfín de construcciones culturales que han permitido articular el sentido donde parecía empezar a diluirse.
Que serían los hombres de la Hélade (Antigua Grecia) sin aquellos seres del monte Olimpo que personificaban la voluntad del capricho, de la vida ajena al deber y a cualquier tipo de imperativo moral, aquellos dioses olímpicos que de alguna manera permitían la justificación del mundo y de la vida de los mortales dispuesta a su favor, mismos que los solicitaban para comprender su propia existencia. Solo a partir de esta teodicea que da forma a todo aquel horror que le sobrepasa, es como el hombre griego puede llegar a asumir una postura frente a su condición de mundo, y es que, sin exageración, el hombre de la Hélade se enfrentaba a las fuerzas titánicas de la naturaleza y a la acción desbordante de la Moira que todo lo destina.

No nos dejemos llevar a engaño al pensar que el hombre griego se entiende con la naturaleza de una manera ingenua o simple, puesto que es este gesto apolíneo de dar forma olímpica a los dioses, lo que permitió someter mediante el sentido a los titanes y a la lectura arbitraria del destino. Es así como el Oráculo délfico sugiere a los hombres inventar una especie de tregua que vinculara a las diferentes polis (helénicas) en situación de guerra, en un evento capaz de suspender la contradicción en favor del juego de los contrarios, sin anularse ni destruirse, sino solamente como un intercambio pacífico que construye una nueva realidad, ilusoria sí, y por esto simulacro sobre la base de una verdadera confrontación.

Llama la atención cómo los juegos más antiguos se encuentran vinculados a sistemas religiosos que hacen posible unir no solamente al cuerpo social, sino modificarlo por lo menos momentáneamente (ilusión) en la distribución y jerarquización de sus funciones, pues de acuerdo con la dinámica de los juegos olímpicos se sabe que al declararse la convocatoria de los juegos, la guerra se suspendía en favor de la paz, en tanto que los grupos de atletas marchaban hasta los pies del monte Olimpo situado en la polis de Elis. Allí entonces las pruebas se consagraban a Zeus, soberano y regente de todo el panteón. En todos estos juegos se proscribía la violencia y se promovía el armisticio, el único ideal consistía en obtener como premio una simple corona de olivo, lo único que bastaba para encontrar sentido ante un constante acecho de la guerra, ya que también, de hacer la guerra se llega al hastío, puesto que a final de cuentas ninguna causa o enemigo, quizá valga tanto la pena.
En esta misma línea, el Circo. El Circo romano que procede de ciertas tradiciones etruscas en las que religiosamente se ofrendaban combates gladiatorios al interior de ciertos rituales fúnebres, de tal manera que hasta en Roma inicia con un carácter religioso y poco a poco va diluyéndose conforme la República va haciéndolo transitar hacia una dimensión política y social de primer orden, finalmente, en el declive de la República y mientras la Roma Imperial está en ascenso, el Circo se convierte en un evento patrocinado por los mismos emperadores, quienes asiduamente asistían (o incluso participaban) a los juegos romanos del Circo y del Anfiteatro para convivir con sus súbditos: un pueblo que en cuanto masa extasiada se encontraba dispuesta a exigir demandas o manifestar sus quejas como en ningún otro lugar. Esto nos deja claro que, si bien la estructura jerárquica del Imperio se hace patente en el Emperador sentado en tribuna, a la vez se modulaba de manera contingente en cuanto dar la ilusión al pueblo de poder establecer contacto con su soberano, pletóricamente majestuoso e inalcanzable, pero interesado en el mismo juego que le arrebata el tedio y el aburrimiento a la gente común.
Con el favor de los patrocinadores, los asistentes a los juegos romanos recibían prebendas en forma de raciones alimenticias o regalos substanciosos, lo que hace pensar que el problema de la indigencia en Roma se había convertido en un asunto de suma importancia para resolver, de ahí entonces la queja de Juvenal en su crítica a la decadencia política de Roma: Panem et circenses (Pan y circo como único recurso para ganar el favor de las masas).
Una cosa más hay que agregar acerca de los Ludi romani, que toda la dinámica que ocurre al interior de los juegos no es azarosa, ni mucho menos dejada al capricho de la espontaneidad, tanto en el Circo como en el Anfiteatro, al espectador se le está educando en la Virtus romana (la moral romana), ya que desde el inicio hasta el final de cada uno de estos juegos todo está perfectamente dispuesto para justificar el ordo romanis: la aparición del patrocinador en tribuna, la exaltación de los valores militaristas de la osadía y el coraje, el simbolismo de la lucha y las batallas navales de régimen militar manifiestas en el combate gladiatorio y en la realización de las naumaquias, la representación también del castigo ante quien osa infringir la ley, y el triunfo como elemento primordial para un imperio que paulatinamente se encuentra en expansión. Todo, realmente cada parte de la realidad romana se presenta en una doble perspectiva, la de la cruda verdad padecida por el pueblo ilusionado, y la de la ficción representada de manera lúdica para salvaguardar el sentido y la esperanza del devenir de las cosas. El juego salvando al hombre de su propia tragedia, incorporándolo una y otra vez al orden preestablecido.
La vacuidad del devenir mexicano.

Según lo antedicho acerca del juego y de su función, sería muy ingenuo de nuestra parte entregarnos a la vivencia ciega de las formas lúdicas que el mundo contemporáneo ha dispuesto para nuestra satisfacción, ciertamente no podemos estar todo el tiempo pensando y razonando sobre la dinámica político-social-mediática que atraviesa al futbol y a todo lo que se nos oferta como espacio de recreación, no obstante, está en nuestra decisión prestarnos al juego de la simulación, donde justificamos sin más los gritos y los alaridos de los conductores de deportes, así como el desfile de los lábaros patrios desgastados y el éxtasis de los mexicanos al entonar el himno nacional, aun cuando la nación atraviesa por su propia tragedia y decadencia. O quizá podemos ser críticos, al no dejar que el simulacro se ostente como realidad, pues una cosa cierta es que no podemos pedir más que un partido de futbol, ya que un gol no alivia más que momentáneamente nuestro dolor como individuo-masa por medio del goce y del disfrute, pero detrás de toda esta sensualidad frívola está la política que nos modula como masa-individuo, el mercado que nos evalúa como clientes, y los mass-media que nos califican como consumidores. Justo ahí, desde el ángulo que modifica el cromo, se encuentra todo lo monstruoso de nuestra condición.
El futbol nos puede llegar a rescatar de una realidad como la que vivimos actualmente, como mecanismo de dispersión y entretenimiento tal vez sea todo lo que un mexicano tiene a la mano para pasar el rato, y también para pasar el susto. En una sociedad donde las formas de la religiosidad se agotan por su metástasis, y dónde la religión civil del Estado transita hacia su inexorable decadencia, la redención del hombre proviene entonces de otras opciones democráticas: la religiosidad de los once, por ejemplo; ni santos, ni divinos, pero al menos vivos a semejanza nuestra, luchando por llegar a ser, cuando quizá, y aun teniéndolo todo, no seamos más que absolutamente nada. He aquí al hombre moderno del Estado y la democracia, de nuestro Titán y de nuestra Moira.
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