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Alicia en el país de la metafísica

La casa de la Liebre de Sartre

Habiendo decidido encaminarse a la casa de la Liebre de Sartre, Alicia continuaba pensando en lo que el minino Nietzschesire había dicho: “prepararse para pelear con el dragón”, “Ser creadora de su propio destino con la voluntad de poder”, “Volverse una Superhumana” todas esas cosas eran nuevas y extrañas para Alicia, parecía que haber seguido al conejo del “ser” se estaba convirtiendo en una aventura muy peculiar, pues no estaba preparada para tener una experiencia tan radical ni extra-ordinaria. En realidad – pensaba – tal vez no estamos preparados para algo tan verdadero como esto, siempre nos parecerá imposible y sorprendente poder pensar más allá del sentido común, incluso de los razonamientos más lógicos a veces es imposible escapar, como si un conjunto de pensamientos paradójicos y contraintuitivos no fueran validos tan solo por no ser lógicos, quizá, que todo sea contradictorio y que nada encaje como lo suponemos sea lo más verdadero que lo que hemos conocido como verdad. En todo caso, realmente sí somos prisioneros de nuestros propios pensamientos limitados, como decía el tío Ludwig: “Los límites de tu lenguaje representan los límites de tu mundo mi querida sobrina” – pensaba Alicia recordando con gran amor y entereza aquellas sabias palabras que el tío Ludwig les dijo alguna vez a ella y a su hermana en un paseo en bote.

Después de un buen rato de camino y de pensamientos muy profundos, Alicia avistó a lo lejos la casa de la Liebre de Sartre, se apresuró a alcanzarla lo más pronto posible pues ya se encontraba muy motivada para experimentar nuevos pensamientos que la Liebre le pudiera compartir. Llegó pronto a la puerta y llamó, hizo sonar tres veces las campanillas de la entrada, pero no recibió respuesta alguna, por lo que se atrevió a girar la perilla y entrar a la casa de la Liebre de Sartre. En breve había echado un vistazo a casi toda la casa hasta que en un pequeño pizarrón de notas junto a la chimenea encontró un recado al que no le había prestado atención, decía: “Salí a tomar el té con el sombrerero alemán, regreso en cuanto el tiempo nos permita hacerlo”. Alicia se quedó pensativa y de primer momento estaba decidiendo quedarse a esperar, pero después recordó que el gato Nietzschesire le había dicho que en este lugar el tiempo se había vuelto loco, que, si bien había tiempo, no sabrían exactamente cuánto, por lo que se encontró nuevamente en otra disyuntiva.

 

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