Alicia en el país de la metafísica
Los maestros del destino
Alicia se dirigía a la casa del sombrerero a paso apresurado pues tenía interés en conocer a los maestros del destino de los que les había hablado el gato Nietzschesire, ahora que comprendía más cosas y que ponía en duda todo lo que ella sabía, se encontraba totalmente dispuesta a aprender más sobre la pregunta por el ser y por sí misma, estaba deseosa de poder encontrar el modo de confrontar al gran dragón que habitaba en ella, pensaba: si puedo ser capaz de pensar por mi misma podré ser más enteramente libre, y en cualquier lugar a donde vaya entonces no tendré que aceptar por valido todo lo que me digan u ordenen, podré tener mi propio criterio y decidir qué hacer con el destino de mi ex - sistencia. Alicia misma se sorprendía pensando estas cosas, nunca imaginó poder comprender pensamientos de tal magnitud, ideas tan radicales que le abrirían la puerta a nuevos universos, a decisiones cruciales que pronto le harían apropiarse de su destino.
Subiendo una pequeña colina logró disfrutar de un atardecer, si es que acaso eso era lo que realmente sucedía, pues si en verdad el sol siempre estaba ahí, no habría ni días ni atardeceres sino solo percepciones de como ocurren las cosas, interpretaciones hechas siempre desde un marco de referencia que no es ni absoluto ni preferente, sino solo una vivencia momentánea de los hechos, experiencia infinita de las cosas desde una y mil posibilidades de decir lo que está pasando. Tuvo la loca idea de otras Alicias viviendo el mismo instante desde otras posibilidades muy remotas, le pareció aún más bello y más sublime aquél atardecer que podía ser en el mismo instante día y noche, todo y nada, ser y devenir. Por primera vez comprendió de un solo tajo su ex – sistencia: posibilidades.
El camino la había enseñado a ser paciente, y reconoció en este andar paso a paso sobre el camino, el sendero de una nueva forma de conocimiento, uno en que no necesitaba memorizar ni suponer, sino simplemente contemplar y meditar, dejarse captar por el camino y llegar a ser no solo sus pasos ni el sendero mismo, sino sobre todo el destino infinito de su propio camino ya recorrido. Apenas conquistó la punta de la colina cuando vio a lo lejos junto a un árbol de manzanas una mesa con apenas dos comensales, o al menos eso veía, supuso entonces que se traba de los grandes maestros del destino, así que sin pensarlo hecho a correr llena de alegría.
- Hola a todos – decía muy agitada por la correría que se había acabado de echar – mi nombre es Alicia y… – jadeo un poco y continuó – he venido aquí por instrucciones del gato Nietzschesire para lograr mi segunda transformación, pronto deberé enfrentar al dragón que habita en mi interior.
- Espera un momento… – decía el sombrerero alemán que ostentaba un bigote a la box car y miraba de reojo a la Liebre de Sartre – …Alicia ¿dices que te llamas? Verdad.
- Si ese es mi nombre – expresaba Alicia con una amable y adorable sonrisa.
- Nosotros no esperamos a ninguna Alicia en estos momentos señorita – Señaló la Liebre de Sartre – volteando a mirar a su compañero de mesa.
- Eso es cierto estimada Alicia – confirmó el sombrerero – desafortunadamente no teníamos idea de que vendrías a visitarnos.
- Seguramente Nietzschesire se habrá equivocado de día y, tal vez de persona – expresaba la Liebre de Sartre mientras le echaba un vistazo por demás incomodo al aspecto en general de Alicia.
- Oigan – exclamó Alicia con ligera irritación – si estoy aquí es porque Nietzschesire “el gato” me ha enviado con ustedes, primero fui a su casa – dijo señalando a la Liebre de Sartre – y luego vine aquí porque había un recado que decía que se encontrarían en la casa del sombrerero alemán, así que no llegué aquí por nada.
- O más bien sí – expresó con una leve sonrisa el sombrerero y agregó – primero que nada, yo no me llamo “El sombrerero alemán”, sino Martín Hattergger, y sí, hago sombreros para cabezas pensantes, supongo que Nietzschesire te ha enviado a conseguir un sombrero para tus pensamientos.
- Si es que alguna vez has tenido alguno – dijo la Liebre y se echó a reir al unísono con el sombrerero.
- ¡Basta! – exclamo Alicia dando un fuerte golpe con su puño sobre la mesa – no estoy aquí para aguantar sus chistes locales, vengo a aprender de los grandes “maestros del destino” – decía mientras dibujaba unas comillas en el aire – así que si tienen algo que decirme díganmelo de una vez y me iré de aquí ahora mismo.
- ¡Uy que genio! – dijo la Liebre de Sartre volviendo a tomar delicadamente su taza con su dedo pulgar e índice – me recuerdas a alguien que conocí hace tiempo en Francia, solía tener el mismo temperamento que tú.
-Relájate un poco querida Alicia, seguramente ha habido un pequeño malentendido, Nietzschesire nunca nos dijo que vendrías.
- De hecho, si me aviso que ella vendría – decía un lirón adormilado sobre la mesa que acaba de despertar con el golpe asestado por Alicia sobre la mesa – pero se me olvidó comentárselos chicos.
- Vaya Hattergger, resulta que a Tommy Líron de Aquino se le ha olvidado de nueva cuenta actualizarse. Una vez más nos vuelve a poner en aprietos en temas relacionados con el ser.
- Lo siento chicos, olvidé que debía avisarles.
- Bueno, ya es común que Tommy no se comunique con nosotros desde hace algún tiempo, pero que le vamos a hacer, lleva más de siete siglos sin decirnos nada nuevo – decía el sombrerero mientras se cambiaba de lugar en la mesa.
- Y entonces… - cuestionaba Alicia a sus interlocutores.
- ¿y entonces qué? – espetó la Liebre dando el último sorbo a su taza de té.
- ¿Me van ayudar o no? ¿me ayudarán a realizar mi segunda transformación?
- Pues créeme que no te hace falta pequeña Alicia – decía la Liebre moviéndose de silla – como una fiera en libertad ya te comportas, seguramente estás abandonando en tu interior aquellas viejas ideas que no te dejan comprender nuevas cosas, eso ya es un gran avance, por eso tu voluntad está liberándose.
- Suele pasar que después de que pones en duda tus pensamientos más ordinarios ya no puedes dejar de pensar en algo diferente – expresaba Hatterger – es propio de un ente que cuestiona, que sus preguntas terminen afectando su propia condición de interrogador, ya que el que se pregunta por algo, se incorpora a sí mismo en aquello que pregunta y, seguramente te has preguntado por el ser, pero resulta que el ser no es algo ajeno a ti, ni a mí, ni a nadie, sino que cuando te has interesado en preguntar por el ser estás siendo tu misma la (que) pregunta.
- O… K. – expresaba muy confundida Alicia – podría volvérmelo a repetir, pero más despacio por favor.
- Por supuesto, toma asiento pequeña Alicia – decía Hatterger con un ademán sumamente diplomático.
- Verás – decía la liebre de Sartre acomodándose en un nuevo lugar – lo que Hatterger quiso decirte es que cuando tú preguntas por algo siempre preguntas por algo que ya más o menos pre-comprendes, es decir, es como buscar las llaves que se te han perdido, las buscas porque ya las has tenido pero ahora están perdidas y, por eso te encargas de buscarlas, cuando preguntas por algo es que ese algo ya significa algo más o menos para ti.
- Ah muy bien – expresaba Alicia mientras una tetera flotante le servía el té sobre su taza – ya estoy entendiendo mejor.
- Pero resulta mi querida Alicia – intervenía Hatergger con sutileza – que tú no has venido a preguntar por cualquier cosa, sino que has venido preguntando por el “ser”, una pregunta que no es sencilla de elaborar y, mucho menos de contestar.
- Pero ahora que has puesto en cuestión todo lo que te han enseñado acerca de las cosas, te aseguro que pronto estarás lista para plantear la pregunta por el “ser”, y con ello poder enfrentarte al dragón más profundo de ti misma, hasta llegar a convertirte en Superhumana – exclamaba con convicción la Liebre de Sartre.
- ¿Estás lista para aprender a hacer Metafísica? – preguntaba Hattergger mientras la liebre de Sartre volteaba a mirar con seriedad la respuesta de Alicia, hubo entonces un silencio incómodo.
