Alicia en el país de la metafísica
El jardín de la metafísica
Alicia se aseguró de tener la llave en su mano y enseguida abrió el frasco destellante de cristal, se lo bebió casi por completo y pronto empezó a sentir como decrecía, se hacia cada vez más y más pequeña y justo antes de que pudiera pasar otra cosa se apresuró hacia la puerta, insertó la llave y salió hacía un jardín rebosante de colores y muy lleno de paradojas espaciales: los riachuelos corrían hacia arriba y los cielos resplandecían desde el suelo, las flores entonaban canticos sonoros y los árboles se meneaban con cadencia, como si un ritmo misterioso lo poseyera todo, o como si una armonía cenestésica se apoderará de sus sentidos.
Después de la solemne contemplación que Alicia le había acometido al lugar por varias horas entonces se decidió a caminar, emprendió el camino hacia ningún lugar y se fue abriendo paso entre los enormes jardines que encontraba deliciosamente bellos – efecto de la cenestesia – tan bellos que ahora comprendía por entero a Monet y a Van Goh, entendía de esta manera lo que cada pincelada realizada en un lienzo significaba para el alma y para el cuerpo, haber estado en ese jardín, en medio de una belleza sin igual, era como haber sido parte de una pincelada impresionista en el eterno devenir de los colores.
Continuó caminando extasiada encontrando nuevos lugares y nuevas formas, formas inauditas y poco usuales en el mundo tan cotidiano, había ideas y pensamientos flotando como mariposas, poesías universales agitándose entre las nubes, palabras de chocolate y conceptos de vainilla, todo un mundo de sabores que se volvieron sensaciones, sentimientos y emociones tan sublimes que borraron una a una todas sus certezas, un aroma de absoluto proveniente de Dios sabe dónde que desvaneció poco a poco su mismidad, convirtiéndola en nada y transformándola en otra que ella misma, siendo solo en cada instante lo que dejaba de ser por el momento.
Ahora llegaba a comprender que, seguir al conejo del “ser” le había traído hasta aquí, a una experiencia tan compleja que apenas podía analizarla, se alegró de haber seguido al conejo pero le asaltó un deseo de encontrarle para devolverle su reloj de tiempo que ella había recogido cuando se le cayó mientras corría, así también podría darle las gracias por dejarle entrar a su madriguera.
Después de unas horas más de camino y, por supuesto, de deleites, Alicia se topó con una gran casa que lucía algo apetecible como para refrescarse y comer algo.
