Alicia en el país de la metafísica
La casa del ser conejo
Continuar con el camino hubiera sido una buena opción, pero realmente Alicia comenzaba a sentir sed y un poco de hambre, por lo que decidió entrar a la casa y llamar a quien estuviera en ella para pedirle algo de fruta y agua, lo intento un par de veces, pero al no obtener respuesta alguna decidió aventurarse a explorar la casa de principio a fin. En ella pudo observar que había muchos libros colocados en las diferentes estanterías que se encontraban dispuestas una con otra y en gran número, cuando llegó a la biblioteca principal del lugar notó que había un estudio dispuesto con un escritorio y más libreros todavía de gran tamaño, se dio cuenta sin más de que la casa le pertenecía al conejo del “ser”, información que obtuvo de dos objetos colocados estrategicamente sobre el escritorio y que indicaban al conejo del “ser” como el propietario de tales cosas; primero visualizó un portanombres sobre el escritorio que le recibía como visitante de la biblioteca, se leía en él lo siguiente: Mensajero Real del Ser: Sr. Conejo del tiempo. El segundo objeto era un pequeño cuadro que contenía una fotografía del Sr. Conejo con su reloj, el mismo que Alicia había guardado en los bolsillos de su vestido para pronto poder devolverselo.
Llena de curiosidad, Alicia comenzó a recorrer la biblioteca leyendo los títulos que aparecían sobre los lomos de aquellos textos allí colocados, podía leer en ellos los siguientes rótulos: “Metafísica” de Aristóteles, “Obras completas” de Platón, “Las Éneadas” de Plotino, “Confesiones” de San Agunstín, “De ente et essentia” de Sto. Tomás de Aquino”, el “mologion” y el “proslogion” de San Anselmo de Canterbury, “Elogio de la locura” de Erasmo de Rotterdam, “Utopía” de Tomás Moro, “El príncipe” de Nicolás Maquiavelo”, “Ensayo sobre el entendimiento humano” de John Locke, “Monadología” de Willhelm Leibniz, “Investigación sobre el entendimiento humano” de David Hume, “El discurso del método” de René Descartes”, “La critica de la razón pura” de Immanuel Kant, “Sistema del idealismo trascendental” de Schelling, “La fenomenología del espíritu” de Hegel, “El concepto de Angustia” de Soren Kierkegaard, “Obras completas” de Friedrich Nietzsche, “Ser y tiempo” de Martin Heidegger, entre cientos y cientos de títulos más que no dejaban de sorprender a Alicia, era como si los libros de texto que había llevado en todos sus años de escuela perdieran de pronto su importancia al darse cuenta de que había cientos y miles más de libros que hablaban de otras muchas cosas más que lo que ya sabía, un instante le vasto para sentirse sobrecogida por tantas letras y palabras allí contenidas, por pensamientos e ideas de nuevos mundos y de otros universos posibles que en el que ella vivía. Mientras continuaba con su curiosa investigación sobre los libros, Alicia iba notando como iba resolviendo sus preguntas más profundas que le habían asaltado hace ya un buen tiempo, se daba cuenta de que estas preguntas le llevaban a nuevas aventuras para investigar su ser y el ser de las cosas, buscaba respuestas a tales preguntas con insistencia, pero no había notado que las mismas preguntas ya la estaban cambiando a ella misma, pues ya la habían convertido de pronto en la pregunta misma, ¿Quién soy? Y ¿Para qué existo? ¿Qué debo saber? y ¿Qué me compete hacer con lo que todavía no sé? Quizá de eso se trata el preguntar por las cosas y por uno mismo, en dejar de ser ingenuos y atreverse a pensar de manera autónoma, aunque en muchas ocasiones esto nos dirija a convertirnos en el conflicto mismo, tal vez se trata de convertir en dificultad algo que es muy simple pero que, por su vana simplicidad siempre se da por hecho y se asume que así debe ser, ser y ex - sistir no han de ser nunca tan simple ni tan sencillo, sino que requieren de búsqueda, de riesgo y de compromiso para con nuestra libertad más propia: poder ser-libres para pensar.
Cuando Alicia terminó con todas estas disquisiciones y hubo tomado la decisión de continuar su camino, se dirigió hacia la cocina de la casa y tomó del frutero junto al lavabo un par de manzanas que, mientras le asestó un mordisco a una, guardó la otra en el bolsillo de su vestido, se acercó a tomar un vaso de agua junto al comedor y quiso salir de aquella casa apenas terminó de beberlo, sin embargo, su voluntad parecía ahora no querer hacerlo, había algo que le hacía sentir no querer abandonar aquella morada, aquel lugar que le había hecho experimentar un vuelco profundo de su ser Alicia, de querer ser otra Alicia menos ingenua y más intuitiva, redimensionada por sus propias ideas y transformada en algo más que una simple Alicia, tal vez en más que una Alicia, tal vez en querer dejar (de) ser Alicia.
