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Alicia en el país de la metafísica

Sigue al conejo blanco.

Alicia decidió finalmente seguir al conejo lo más pronto posible puesto que con sus enormes zancadas, este ya se había hecho de una distancia considerable, sin embargo, logró observar a dicha distancia que el conejo del "ser" se adentraba en un paraje lleno de álamos hacía los cuales ella se dirigió sin pensarlo dos veces. Al adentrarse en aquella alameda, Alicia pudo observar la enormidad de aquellos árboles y los destellos de luz friltada por sus grandes copas en lo alto, un espectáculo singular si se piensa en cuántas veces se suele uno retirar de la ciudad para observar la armonía de la naturaleza y escuchar el constante siseo de sus movimientos.

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En tanto que Alicia permanecía absorta por la presencia invisible de algún espíritu en los árboles, escuchó en lo circundante de su camino un suave crujir de hojas que le recordó volver a seguir al conejo, en cuanto pudo ubicar la procedencia de aquellos pequeños crujidos Alicia se abalanzó hacia aquella dirección, mientras tanto, no dejaba de correr y de esquivar grandes árboles y ramas colgantes, algunas veces incluso tenía que sortear algunas plantas y raíces que se encontraban en el suelo, en muchas ocasiones redirigió sus pasos hacia el andar del conejo que tantas veces ya la había confundido, nunca pensó que seguir al conejo del “ser” sería tan difícil, de hecho aún seguía cavilando mientras corría sobre la dificultad de sus preguntas en días pasados: ¿por qué será tan difícil responder preguntas acerca de mi ser y del ser de las cosas? ¿acaso habrá respuestas? O es que ¿solo son momentos de angustia y de ociosidad? No lo sé, pero que interesante es preguntarlo – se decía para sí misma mientras mantenía su correría.

Para este momento en que corría y corría y nada resolvía, Alicia ya se encontraba jadeando de cansancio, pensó por un momento que, si seguir al conejo del “ser” iba a ser así de complicado mejor ni lo hubiera intentado, total si se encontraba perdido por alguna razón era solo culpa suya, de cualquier manera podría alimentarse de bayas o frutos que se encontrara por ahí, si es que eso comen los conejos – pensó Alicia para sí misma – pero de pronto, cuando menos lo esperaba ahí estaba nuevamente, frente a ella. Al detenerse sorpresivamente frente a unas raíces sobresalientes de un viejo álamo le observó parado de nueva cuenta sobre sus patas traseras, recargó lentamente su mano sobre un árbol para sostenerse y brindarse un fuerte respiro, mientras lo hacía el conejo clavó su mirada fijamente en ella mientras le olfateaba sutilmente con la nariz, hasta que Alicia, sorpresivamente le escucho decir: "Me voy se me hace tarde" y al instante se lanzó al interior de una madriguera que se encontraba justo en el árbol más próximo.

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